Tv educativa

Hay quien está en contra de la televisión, y sobre todo en contra de su programación, desde algunos ámbitos, y parece que desde la educación es uno de ellos, se entiende que la televisión es como un enemigo, que hay que anular, que hay que abandonar. Sin embargo, encuentro que el análisis es muy superficial, hay que pararse a analizar la televisión en profundidad, a observarla para usarla buscando los beneficios que pudiera tener.

Desde su creación hasta hoy día es indudable que la televisión ha influido en la mente, el comportamiento, en los valores, actitudes y demás ámbitos de la vida de las personas, es muy importante, desde la educación, acercarnos los estudios que se han hecho sobre estos asuntos. Debemos partir de la base de que en la actualidad, la televisión, dentro del ámbito familiar, se encuentra en una importante situación de poder que, como decimos, controla nuestro tiempo y por tanto marca nuestro ritmo de vida.

Desde que somos pequeños se produce esta inclusión de la televisión en nuestras vidas, la situación de poder que va adquiriendo con respecto a nosotros marca nuestra infancia, llegando a ser tan importante que condiciona en gran medida el desarrollo del proceso de socialización de nuestros niños y niñas.

El proceso de socialización es cultural y se inicia con el nacimiento, el bebé empieza a observar todo lo que sucede a su alrededor, tiende a imitar a los adultos para reducir su inseguridad frente al mundo exterior, adquiere los valores y formas de comportamiento del entorno en el que se mueve, hasta llegar a conformarse como “ser social” dentro de un determinado grupo con unas normas y pensamiento determinado.

Para bien o para mal, dentro de este proceso la televisión tiene un papel importantísimo, debido a que cada vez más los bebés pasan gran parte de su tiempo sentados frente al televisor y adquiriendo, por tanto: valores, comportamientos, actitudes, pensamientos, ideas del mundo que les rodea, sonidos e imágenes que inundan y alteran su forma de percibir el entorno. Estas horas que pasan los bebés y los niños y niñas en general frente al aparato de televisión es directamente proporcional a la cada vez menos habitable ciudad, las familias temen a “los peligros de la calle” y son numerosos los padres y madres que prefieren a sus hijos en casa, consumiendo televisión.

Paulatinamente se ha ido reduciendo, lamentablemente, el tiempo que los niños/as dedican al juego (tanto individual como en grupo): base de su desarrollo y una de las principales fuente de sus conocimientos. En este sentido el pedagogo y dibujante italiano Francesco Tonucci, en su libro La ciudad de los niños hace referencia a que “en las últimas décadas, y de manera clamorosa en los últimos cincuenta años, la ciudad, nacida como lugar de encuentro y de intercambio, ha descubierto el valor comercial del espacio y ha trastornado todos los conceptos [...] La ciudad ya no tiene habitantes, ya no tiene personas que viven sus calles, sus espacios: el centro es un lugar para trabajar, comprar, ir a la oficina, pero no para vivir allí; la periferia es el lugar donde no se vive, sólo se duerme [...] La ciudad ha perdido su vida”. Tonucci defiende un cambio diametral en la ciudad, utilizando como parámetro al niño y afirmando que “se trata de aceptar la diversidad intrínseca del niño como garantía de todas las diversidades, ya que se supone que cuando la ciudad sea más apta para los niños será más apta para todos.”

Los niños y niñas pasan muchas horas frente a la televisión, ante lo que cabría preguntarnos ¿con quién comparten estos momentos? ¿qué tipo de programas ven? ¿tienen los programas infantiles un carácter realmente educativo?. Intentemos responder a las preguntas.

Sobre la primera cuestión, debemos centrarnos en el concepto apuntado por el profesor Agustín García Matilla, lo que él denomina el “tercero ausente” que considero que se da en la mayoría de los hogares actuales. El “tercero ausente” es una figura generalizada en la sociedad contemporánea, se centra en el hecho de que cuando un niño está frente al televisor, se encuentran únicamente él y la televisión, normalmente el adulto no está a su lado, y quizás habría que apuntar que siempre será necesaria la presencia de los adultos para que les ayude a analizar y entender qué es lo que está viendo. Ningún padre o madre pretende que su hijo aprenda a andar sin ayuda, el aprendizaje con la televisión podría asemejarse a este desarrollo pero es algo más complejo. En el estudio dirigido por los profesores Aparici y García Matilla sobre el “tercer ausente” se plantea que “los niños perciben que sus progenitores no tienen una visión muy clara acerca de lo que se puede ver y lo que no se debe ver [...]. Según muchos de los testimonios de los hijos, los padres no suelen guiar la observación y no suelen hacer otros comentarios que no sean ’este programa es una tontería’. Lo que sí se perciben es que, cuando los progenitores tienen interés en ver otro programa, lo expresan con claridad y derivan a los niños a un segundo televisor. Resulta excepcional y es muy poco usual que los padres ’negocien’ con sus hijos qué es lo que podría interesar ver en familia”.

Lo que también está claro es que son numerosas las familias que además de “guardar en exceso” a los hijos, usan la televisión como descargo de sus tareas como padres. Es habitual la situación donde para estar tranquilos después del trabajo o poder hacer sus cosas las madres y padres sientan a sus hijos frente a la televisión. Y la televisión es muy atractiva, los niños quedan normalmente cautivados y completamente retraídos ante una “realidad” que no entienden, que es cambiante, y en la que se emiten multitud de mensajes de muchos tipos, ya lo hemos dicho, de la televisión aprenden conductas, actitudes, emociones y más concretamente unas pautas de interacción social, un lenguaje determinado, unos estereotipos y unos roles sexuales, etc. ¿Nos hemos preguntado, como padres, como educadores, si estos son los aprendizajes que queremos transmitir?. En este sentido Tonucci nos invita a hacer “la prueba de observar la mirada absorta de un niño frente al televisor”

Centrémonos en los programas que ven los niños y niñas, existe un dato generalizado que nos dice que los espacios televisivos más vistos y deberíamos entender que mejor valorados por la audiencia infantil van dirigidos a adultos; de ahí surgen medidas que veremos un poco más adelante desde diferentes ámbitos para crear horarios restringidos o las propias advertencias antes de cada programa sobre los límites de edad.

Los máximos responsables son la familia, la escuela y los propios medios de comunicación, todos forman parte de una sociedad que se ha olvidado o no quiere enterarse de que la televisión es educativa, el salto importante es usarla de manera didáctica, porque es un agente muy importante en la socialización cultural de nuestros niños y niñas. En el ámbito que me toca más cerca nos encontramos a una escuela que no trabaja y no contempla dentro de su currículo la manipulación, el conocimiento y el acercamiento sin prejuicios a las nuevas tecnologías y a la televisión. Muchas de las prácticas educativas relacionadas con la televisión quedan postergadas a la búsqueda de momentos de descanso. La televisión genera pasividad, debemos luchar activamente contra esto. Es mucho el trabajo que hay que hacer para aprender a ver y para aprender a analizar la televisión, debería ser un tema transversal en la educación infantil, en la etapa en la que los niños están más atentos y recogen más informaciones de todo tipo.

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